Es miércoles
Estoy en casa de unos amigos –pareja gay, ni una fémina a la vista-. Ceno sola. He ido de compras -cuatro jerséis, todos caprichos patrocinados por un adelanto editorial-. He vuelto cuando me ha dado la gana y lo he pasado en grande durante horas con mi prima. Una tarde completa tras mucho tiempo sin vernos, porque somos dos personas ocupadas que buscan espacios para encontrarse cuando se echan de menos, sin ataduras. Las dos con treinta y pocos, centradas en nuestras carreras. Mujeres que un día se vieron al espejo y de pronto se dieron cuenta que empezaban a convertirse en lo que querían ser.
A día de hoy, todas estas cosas sencillas que dije en el párrafo anterior, son impensables para algunas y es que: chicas, tenemos mucho por hacer. Somos testigos del funcionamiento histórico de este país, del continente y del mismo mundo, de las afrentas que también de forma histórica ha sufrido nuestro sexo. ¿Y si empezamos negándonos a soportar determinadas cosas por el hecho de ser mujeres? ¿Y si nos plantamos, como decía Teresa de Jesús en uno de sus cabreadísimos poemas? ¿Y si nos reconocemos?
Creo que esa la base de todo: el reconocimiento al papel femenino en esta historia, la nuestra, cuando se consideró más importante el prepararse para la guerra que aguantar jornadas de sol a sol entre niños, ancianos, hornadas de pan, lavado en los ríos, cazuelas, tejidos, remiendos, mantenimiento de animales y trabajos con cultivos. A ellos se les reconoció el esfuerzo, las chicas no corrimos esa suerte.
Con la industrialización, esa campesina cuyo papel fue fundamental, quedó en una posición poco ventajosa después del éxodo a las ciudades, porque los empresarios querían fuertes espaldas que soportaran el trabajo muchas horas y las de ellas también las soportaban, incluso hacían más, pero como tenían menores dimensiones, no sudaban de forma tan escandalosa, por eso tampoco hubo que reconocer su valor.
Creo que las mujeres cuyo fallecimiento conmemora este día, esas que ardieron por defender su derecho a trabajar, también pensaban en el reconocimiento. Creo que perecieron por defender su valor, por mostrarlo al mundo. Se encerraron en su fábrica dispuestas a enseñarle a todos que tenían lo necesario para no resignarse a morir de hambre o vivir de limosnas, tal como se les exigía, porque como personas totalmente válidas, tenían derecho a llevar una vida digna. Se cabrearon, se levantaron. Luego las obligaron a hincar la rodilla, pero se encerraron y por no ceder… ya sabemos cómo acaba la historia. El de mañana es un día triste, de esos que no tendría que existir.
La sociedad va cambiando, por fortuna, aunque las expertas claman que queda mucho trabajo por delante, pero creo que si de algo nos ha servido aquel remoto ocho de marzo ha sido para organizamos, aunque sea inconscientemente, igual que en una gran colmena anónima de firmes convicciones. Ayer mismo comentaba con la editora de Escarlata lo curiosos que fueron los lanzamientos de la editorial durante este mes: dos títulos feministas en el sello, casi simultáneos, Noches de Neón -novela contemporánea escrita por Scarlett de Pablo– e Invicta -histórica, firmada por mí-. Este es solo un ejemplo más de cuanto comentaba arriba: sin programarlo, sin acuerdos, sin charlas previas, en todas nosotras existe una misma idea, un sentir que late en nuestros escritos –no de Scarlett y míos, en los de todas-, y mantiene los ideales de aquellas que ardieron por defenderlos.
Estoy orgullosa de las mujeres que tengo al lado: compañeras, familia, amigas, artistas. Muy orgullosa de todas, porque en cada una de nosotras encuentro ese brillo, esas ganas y esa determinación de elegir nuestro propio camino. Orgullosas, porque como cita un meme que circula por ahí, definitivamente somos las descendientes de aquellas a las que hicieron arder un día: sus herederas, sus aliadas, sus reconocidas, su orgullo, sus luchadoras.
Por cierto, yo mañana paro. ¿Y tú?
Autora: Miriam Alonso
Ilustración: Lorena Pacheco
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